Al conocernos intercambiamos un par de roces o caricias, todo intermediado por una distancia casi ilógica. Su mirada me hablaba, ¿qué decía? no lo sé pero yo sentía que era conmigo. Mi estadía fue muy breve así que sólo compartimos unos tres días. Me presentó a su amigo Tomás, a quien llamaban Tomasito (creo que en Saint Cugat hay una fascinación por los diminutivos). Su amigo, era algo pequeño y bastante escurridizo. En su tono siempre había un maullido de tristeza. Les tomé varias fotos porque los creí grandes tipos.
Pasaron tres semanas y volví a visitarlos. Estaba de regreso a su pueblo y ese encuentro era de las primeras cosas que tenía en agenda. Al llegar a la casa, me abrió la puerta su más fiel amigo: Rodolfo. Pedrito, al verme, movió su cola y dejó que la emoción pegara un brinco. “Que alegre se ha puesto al verte, Camila, te ha agarrado cariño”.
Si algún día tengo un perro, quiero que sea como Pedrito: mi amor canino de verano barcelonés.
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