28.2.11
Magret de canard au miel et vinaigre balsamique
23.2.11
Eucalipto morado
- Bueno, tendremos que hablar con tus padres a ver cómo podremos convertirte en uno.
- Lo he pensado y creo que me siento como un eucalipto morado.
- ¿Te sientes o eres?
- Me siento.
- Ah, entonces aún no eres.
Esta fue la conversación que mantuvimos Diego y yo, luego de salir de Le marché des Enfants Rouges -uno de los mercados más viejos de París- y yo haber visto un eucalipto morado. Diego, muy entusiasta -y buen guía de viaje- me había hablado días atrás de un mercado que otrora era el lugar donde los obreros comían por muy poco dinero. Me contaba que era pintoresco, que uno comía respirando la comida del otro (y escuchando su estómago hambriento), y que incluso, podías comer unos postres muy sabrosos. Toda esta descripción me compró. Le dije "vamos, vamos". Así que hace un par de sábados, fuimos.
El camino estuvo lleno de vitrinas apagadas porque todo estaba cerrado. Pero al llegar, nos recibió -a pesar del ambiente nostálgico de las gotas de lluvia- un lugar muy especial. Comida italiana, árabe, francesa, quesos, carnes, frutas, verduras, y flores. Nosotros nos fuimos por la comida italiana. Por 12 euros comí: una lasaña con carne, una copa de vino tinto, ensalada y el mejor final: un tiramisú. Dado que ya no era la hora típica para ir a comer un sábado, los mesones -que puedo imaginar abarrotados de gente en hora pico- estaban vacíos y solos para nosotros. Así que disfrutamos de la privacidad para brindar por aquellos que no nos podían acompañar por estar en Bogotá haciendo diligencias para el proyecto que tristemente muchos tenemos: "salir de Venezuela", o en Caracas cuidando a su recién nacida bebé, o en Australia, salvando lo que el agua no se llevó luego de descubrir que irse tan lejos tampoco es muy buena idea. En fin, brindamos por los amigos.
De salida, ya llenos y contentos, estaba una venta de flores (aquí, así como en Buenos Aires, hay muchas ventas de flores). No tenían mucha variedad pero recostado al portón de la salida, estaba el señor eucalipto morado. "Diego, Diego, un eucalipto morado, ¿lo habías visto antes?". Mi emoción no era proporcional al descubrimiento (es decir, a sus ojos yo estaba muy eufórica por un simple eucalipto morado). Pero mi sentimiento era pura alegría de descubrir lo ignorado hasta el momento.
Al llegar a la casa googlée "eucalipto" y descubrí que su nombre viene de una palabra griega que significa "bien cubierto", haciendo referencia a la yema de sus flores. De pronto, mientras leía en wikipedia, empecé a sentir como si me hablaban del personaje principal de una novela cuya descripción empezaría así: Presenta flores blancas y solitarias con el cáliz y la corona unidos por una especie de tapadera que cubre los estambres y el pistilo (de esta peculiaridad procede su nombre, eu-kalypto en griego significa «bien cubierto») la cual, al abrirse, libera multitud de estambres de color amarillo. Los frutos son grandes cápsulas de color casi negro con una tapa gris azulada que contiene gran cantidad de semillas (obtenido de: http://pt.wikipedia.org/wiki/Eucalipto).
Pensé en todos los eucaliptos morados que conozco, en todas las personas en mi vida que al abrirse al mundo liberan esa multitud de estambres de colores. Pensé en mi familia y mis amigos. Y de pronto, me sentí como un eucalipto morado, rodeada de muchos más. Y fue así como esa tarde, la felicidad vino en forma de pétalo.
París sabe, París huele, París se siente
París sabe, París huele, París se siente amor de los enamorados. Lo pensé incluso antes de llegar. Estaba en el avión y como aterrizaríamos en el aeropuerto de Orly, desde mi pequeña ventana, pude ver a la Torre Eiffel. Ahí lo supe. Ahí supe que esta ciudad guardaba en sus engranajes, en su segundero y en su misteriosa quietud, una pasión desbordante.
Luego, en tierra, y ya caminando por las aceras he podido ver pequeñas estatuas de dos personas, inmovilizadas, entrelazadas, atemporales. Son los amantes de París. Los sin rostros porque no los conozco, pero todos con el mismo rostro.
Y se besan en las plazas, en las esquinas -sin importar obstaculizar al transeúnte que va tarde a su encuentro-, se besan en los bancos, en los aeropuertos, en las paradas del autobús, en las estaciones del metro. Se besan, se besan, se besan.
Y se abrazan, como si no se volvieran a ver. Y el amor se expande y ves a la madre con el hijo, o al padre, o a los dos padres con los dos hijos. Y ves a la niña con cuatro dientes apenas, que le dice a su madre "bisou, bisou" y a la madre que la besa y a ella que sonríe.
Sí, París. París es una ciudad que está viva. La puedes ver dormida si vas de noche a Montmartre. La puedes ver distante, la puedes ver neblina, la puedes ver frío. Pero en ella suceden las miradas del encuentro.