12.8.11

Petite lettre et un poème avant de partir

Paul Jacoulet. Une parisienne.


Tu vas me manquer, Paris.
Je t'aime et... À bientôt, mon amie!
Camila.

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PAYSAGE

Charles BAUDELAIRE, 1821-1867
Tableaux Parisiens - Les fleurs du mal


Je veux, pour composer chastement mes églogues,
Coucher auprès du ciel, comme les astrologues,
Et, voisin des clochers, écouter en rêvant
Leurs hymnes solennels emportés par le vent.
Je verrai l'atelier qui chante et qui bavarde ;
Les tuyaux, les clochers, ces mâts de la cité,
Et les grands ciels qui font rêver d'éternité.
Il est doux, à travers les brumes, de voir naître
L'étoile dans l'azur, la lampe à la fenêtre,
Les fleuves de charbon monter au firmament
Et la lune verser son pâle enchantement.
Je verrai les printemps, les étés, les automnes ;
Et quand viendra l'hiver aux neiges monotones,
Je fermerai partout portières et volets
Pour bâtir dans la nuit mes féeriques palais.
Alors je rêverai des horizons bleuâtres,
Des jardins, des jets d'eau pleurant dans les albâtres,
Des baisers, des oiseaux chantant soir et matin,
Et tout ce que l'Idylle a de plus enfantin.
L'Émeute, tempêtant vainement à ma vitre,
Ne fera pas lever mon front de mon pupitre ;
Car je serai plongé dans cette volupté
D'évoquer le Printemps avec ma volonté,
De tirer an soleil de mon cœur et de faire
De mes pensers brûlants une tiède atmosphère.

En torno a las partidas


Caminé hacia la puerta contando los pasos. Cada paso era un tiempo menos que le quedaba para hablar. Tomé el pomo de la puerta como quien piensa si viene un punto final o un punto y coma. Incluso contuve el suspiro más de lo que la nostalgia lo permite. Pero la palabra no llegó a salir de su lengua. Para el momento en el que yo había llegado a la escalera, no escuché la puerta cerrarse. No la escuché porque seguía abierta. Pero no lo vi porque no alcanzó la fuerza que contenía la lágrima, para voltearme.
Porque tomamos la decisión de partir guardando una esperanza absurda de que el otro siempre nos detendrá. La partida pierde su naturaleza de liberación cuando es la única opción que queda. Porque no es lo mismo partir como viaje de los pasos a partir porque hay un paso que no sigue el tuyo. Partir como método para que el otro mire es arena movediza. Porque sabemos que una vez que hemos partido lo que queda es el trazo, la raya, que el otro puede seguir. O no.
Partir sin búsqueda pero sí a sabiendas que la estadía sólo pesará aún más en los párpados.
Hay partidas silenciosas, más que todo, escurridizas, y hay partidas que intentan ser un gran escándalo. Una alarma. Cuando esta última no cumple su objetivo, el que parte sufre doble desilusión: la de la partida en sí y la de la expectativa que no dio flor.
Sucede que una partida no debe tener más expectativa que la realización de sí misma.

3.8.11

De expectativas y espectadores

Ciudad de itálica, Saltiponce, España.


Las expectativas. Siempre tenemos expectativas de todo y por todo. Hay lluvia, expectativa de que salga sol. Hay sol, expectativa de que las nubes grises salgan. Somos seres completamente insatisfechos, imposibles de complacer. Siempre queremos algo más.
Sí, es un tema repetido, podría decirse que cliché e incluso limitadamente infinito. Pero en este caso me refiero a las expectativas que tenemos como espectadores. Espectadores de una obra en un museo, espectadores de una película, espectadores de la ciudad, espectadores de los otros y espectadores de nosotros mismos.
No había querido ir al Centre Georges Pompidou porque, entre otras cosas, disfrutaba de los paisajes y outsiders de la belle Paris. Pero gracias a la visita de familiares cuyos días en la ciudad estaban más contados que los míos, apresuré la ida al centro. Me conseguí con una serie de obras que no me decían nada. Rien de rien. Ni siquiera un "no me gusta" o un "¿qué podría ser eso?". NADA. No me hacía siquiera cuestionarme o tener curiosidad por "entender". ¿Era esa la intención? ¿Generar NADA en el espectador? (y no precisamente generar LA nada, que es otra cosa). ¿No debería el arte generar algo? Así ese algo no tenga ningún vínculo con la obra o con lo que el artista pretenda transmitir? Cuatro bombillitos de arbolito de navidad guindados en una pared blanca. ¿Qué es eso? ¿Soy acaso ignorante por no entenderlo? ¿Se supone que debo entender algo?
Salí muy decepcionada. ¿Será que me había hecho grandes expectativas? No lo sé. ¿Pero como no hacerse expectativas? ¿Es acaso eso posible? ¿Es posible no tener expectativas y al mismo tiempo evitar caer en la indiferencia?
Acabo de terminar de ver una película que toda ella te hacía sentir, como espectador, que llegaría a "algún punto". Tú crees que cada escena es un gran preámbulo. Pero el preámbulo se convirtió en la introducción, nudo y desenlace. Es una película que ganó el Premio de Mejor Película Europea 2007 y Palma de Oro en Cannes. ¿Debe eso hacerla "buena"? Típico ejemplo de cómo el premio no hace la obra y cómo aún así caemos en elegirla porque "fue premiada".
En cuanto a espectadores de la ciudad. ¿Realmente lo somos? ¿Hay una relación recíproca entre nosotros y la ciudad que vivimos? Escribimos en ella la rutina pero... ¿nos permitimos, también, escribir y re-escribir en ella las alegrías y los encuentros? La ciudad vista como un palimpsesto, como propone Walter Benjamin. Escritura, sobre escritura. Pasos sobre pasos. ¿Quién los lee?
Y al final, nosotros. Siempre afirmándonos, negándonos para volvernos a afirmar. Dudando de todo para recordarnos la belleza de lo que sabemos, sí existe. Ver a los demás, y contar sus máscaras sin antes contar las de uno, tarea repetida. Sabemos que somos esa colección de historias, de palabras hechas memoria y de destrucciones y nacimientos. Pero... ¿tenemos conciencia de ello porque nos sabemos frente al otro o porque nos sabemos frente a nosotros mismos?
A veces los espejos son necesarios.

2.8.11

De vuelta a las tinieblas o crónica de la independencia de una puerta

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Que la nevera se dañe puede ser un evento realmente trágico. Lo sé luego de haberlo vivido. No se trata solamente del hecho de "no tener nevera" y por ende, la incertidumbre de dónde guardar los alimentos y comida sino de las consecuencias técnicas que se puedan generar.
Todo comenzó cuando entramos a la casa y yo sentí un olor muy fuerte. "Pareciera que un queso se quedó fuera de la nevera". Mi madre que estaba aquí de vacaciones dijo "sí, que buen olfato tienes, habíamos dejado el Camembert fuera". Entonces, como buena madre, procedió a "poner todo en su lugar". Yo estaba en mi cuarto, probablemente en Facebook o alimentando el vicio de cualquier red social, cuando mi madre me llama para decirme que ella creía que la puerta de la nevera estaba algo "descuadrada". Y este fue el comienzo de la tragedia.
Me coloqué en frente de la nevera y dije "sí, qué extraño, ¿qué será lo que pasa?". La abrí para ver si era la gaveta de los vegetales mal cerrada o algún envase que sobresaliera pero antes de que me diera tiempo de hacer esta inspección de rutina, la puerta produjo un ruido de esos que uno sabe el tipo de eventos que están por sucederse. La puerta no sólo estaba algo "descuadrada" como mi madre había dicho sino que comenzó a experimentar un proceso de desprendimiento del resto de la nevera, algo así como un desmembramiento. "Creo que es mejor dejarla así, mami; llamaré a Dominique y Natasha".
Una hora después llegó el escuadrón de rescate. Al verla (a la nevera, claro), proclamaron al unísono "Oh làlà". Ahí lo supe: la habíamos perdido.
Dominique intentó devolverle a la nevera su puerta porque aún se veía como algo realizable. Como cuando se disloca un hombro y con mucho esfuerzo alguien hace los movimientos adecuados para que regrese a su lugar. En este caso, por más esfuerzo de Dominique, Natasha, mi mamá y yo (detalle importante: la puerta era muy pesada ya que además de ser puerta de nevera, era también, un espejo), la ruptura que hace una hora comenzó a darse, tuvo hecho. La puerta se desprendió por completo guindando, literalmente, de un pequeño cable. Muerta, sin signos de vida. El panel de funciones digitales quedó sin luz. Dentro del cadáver estaba todo el mercado de "exquisiteses francesas" que mi mamá y yo habíamos hecho para su degustación. Incluyendo, la champagne rosada para su cumpleaños.
Los cuatro nos miramos las caras pero como para mi mamá eso no era suficiente, comenzó a hablarles (en español, claro está). La barrera idiomática que había entre ellos dos y ella la obligó a proceder a la gesticulación (cosa que se le da fabulosamente). El que entendieran las primeras cosas sencillas que dijo, le dio el coraje necesario para iniciar un monólogo sobre las posibles razones que pudieron causar la ruptura. Ellos, no se quedaron atrás. Yo, la verdad, sólo pensaba en mi mercado. Lo que siguió fue un proceso de "selección". Que botar (habían cosas muy viejas allí adentro), que dejar en el balcón (aún había fresco en la ciudad) y que podían ellos llevarse a su nevera parisina (y por ende, discreta en tamaño). Al finalizar, Dominique decidió bajar el coloquialmente llamado breique porque si bien los comandos estaban muertos y la puerta ganado su independencia (algo inútil esta última), la luz del freezer aún prendía.
Nos despedimos las dos muy agradecidas por la ayuda pero con el mal sabor de todo lo que había pasado. Como buena tragedia, ahí no terminó. Hubo un giro, de esos que son necesarios para que la trama tenga gustico.
Decidimos conectarnos para contarle al mundo lo que nos había pasado pero voilà, no había internet. "Mejor los llamamos, mami, hay llamadas ilimitadas a Venezuela". Voilà, sin teléfono también. Para ahogar nuestras penas le sugerí ver las noticias donde hay penas más reales (o de mayor envergadura) pero.... la televisión tampoco prendía. Extrañamente (o quizás deba decir lógicamente) el breique de la nevera, teléfono y televisión era el mismo. Pero eso no es todo: era también el mismo para el cuarto. Y así, gracias a una puerta que buscaba una independiencia que consiguió, volvimos al siglo de las tinieblas.

26.7.11

Lo que ha habido en el jardín central


Ha habido ausencia, sí. Pero mientras en este jardín, creado en el ente omnipresente llamado Internet, no hay aromas, en el jardín central de mi casa, florece la palabra y la vida. Y se reproduce -palabra y vida- en pequeños papeles que dejo por todos lados, en el mismo bosquejo de poema guardado cinco veces con cinco nombres diferentes, en la tinta derramada en la cartera, en los sueños interrumpidos en el momento que ya no recuerdas pero que sabes que era decisivo, en el último sorbo de café que siempre se deja en la taza porque ya está muy frío, en los nenúfares de Monet y los 7 kilómetros que madre e hija caminaron para llegar a ellos, en la Catedral Santa María del Mar en Barcelona, en el balde de agua jabonosa que recibes mientras hablas con una nueva amiga en una acera en el Raval a las 11 30pm, en las conversaciones que requieren de un cuaderno para anotar las películas que te recomiendan, en el cereal con leche de avellana, en los pasos calurosos por Andalucía, en los naranjos que llenan las aceras de Sevilla, en la Alhambra y sus azulejos, en la Granada de Lorca, en las paletas de jamón que guindan colando la grasa y el orgullo español, en las manos del viejo hombre que pide dinero con un vaso de cartón sucio a la salida de la iglesia y que luego de escuchar el "tic" de la moneda, la retira para así dar más lástima, en los gitanos que llegan con sus cabellos largos y su tatuaje de luna y estrella en la mano y cantan mientras toman, en el Río Tinto y las minas que lo explotaban y que lo explotarán, en las ciudades itálicas que han rescatado de las capas del tiempo, en la Torre Eiffel bajo lluvia y los ascensores amarillos y rojos, en el Arco del Triunfo y sus escaleras sin descanso cada 20 escalones, en la claustrofobia que descubres tener en el Musée du Louvre, en la Mona Lisa superstar, en las berenjenas dulces que coronan el falafel par emporter en Le Marais, en las ofertas de 80% que despiertan el lado consumista y femenino-sex-and-the-city en ti, en las dos semanas sin comer carne, en las dos mariquitas que se posan en tu pierna en dos momentos diferentes del día, en los 10 euros que te regalan las escaleras del RER, en las bienvenidas y las despedidas como movimientos de sístole y diástole.

26.5.11

Dos cisnes o 22

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Recuerdo muy bien cómo aprendí a hacer el número 2.
Mi bisabuela, Amanda, me explicó que el número 2 era como un cisne (o quizás dijo pato, para que yo entendiera con mayor facilidad). Recuerdo que mientras ella lo iba escribiendo, decía 'primero la cabeza y el cuello y luego el cuerpo, que como está en el agua tiene ondas'. Lo que más me gustaba de su 2 eran esas 'ondas' tan de abuelita que ella intentaba enseñarme pero que nunca me quedaban igual. Luego de la explicación primera, hacía una serie para que yo la repitiera. Era una plana pero nunca la vi de esa manera. Todo lo contrario, yo la pedía. Así cómo le pedía que me dibujara flores. Ella hacía el contorno y yo las coloreaba con mis marcadores de olores.

Hoy, pensando en el número 22 porque es mi nueva edad, este recuerdo fue lo primero que vino a mi mente.

25.5.11

Hablándole a Rodin


Mains d'amants

Hay una línea divisoria entre
las dos almas que unen los cuerpos
Un suspiro convertido en fisura de la luz,
quiebre de lo permanente.

Hay una delicadeza en el mármol blanco que desnuda
la mano de los amantes

Invisible el que crea
el fuego de la piedra.


Jeunes Filles aux deux roses

La ventana abre el reflejo
que cruza al árbol
Su cara se duplica en
el lente de la cámara
y mi cara se transforma
en mármol rosado
para estar al lado de las otras.

Colección de rostros
vidas y nombres inmutables
al tiempo del amante.

Jeune fille au chapeau fleuri

24.5.11

Las libretas



Desde que soy pequeña tengo una obsesión por las libretas. Grandes, pequeñas, a rayas, sin rayas, con tapa dura, engrapadas, con espiral, cocidas, en cajitas, tipo acordeón.... He logrado tener una gran cantidad: ya sea que de que pequeña me las regalaban para 'colorear', o que de grande las comencé a comprar o que desde que los otros saben que me gustan, es el regalo fijo. A mí no me importa, nunca son suficientes.
Al principio me daba lástima usarlas. Digo, cuando tenía 8 años. Así como me daba lástima que se me acabara la caja de Ferrero Roche que mi tía Tamara siempre me regalaba en mis cumpleaños; los guardaba tanto y tan escondidos (en una gaveta dentro de mi closet, al fondo, debajo de la ropa) que cuando decidía comer uno, ya no estaban crocantes y toda la magia se había ido. Con las libretas era parecido: cuando decidía utilizar una que me habían dado hace tiempo (una especial: esas traídas de otras partes), la liga estaba vencida y no había manera de cerrarla.
La manía de guardar y no usar se acabó. Libreta que me regalan, libreta que comienzo. Chocolate que me regalan, chocolate que me como, o comparto. Pero el nuevo hábito 'usar y guardar' trajo otro problema: tengo tantas libretas comenzadas que no sé donde escribí qué o dónde escribir qué. He intentado corregir esta 'falla en el sistema' pero se me hace difícil: hay una imposibilidad irresoluble en llevar un diario, un cuaderno de viaje y una libreta pequeña al mismo tiempo. El diario y el cuaderno de viaje son muy grandes para cargarlos siempre conmigo, entonces queda la libreta pequeña (que no siempre es la misma, por supuesto). ¿Qué sucede? Escribo todo en la libreta pequeña y luego no queda nada para el diario o para el cuaderno de viaje. Al mismo tiempo, como la libreta es pequeña, se acaba rápido. Entonces compro otra (o tomo una de mi colección), en la que continúo lo que empecé en la anterior y así tengo una antología de libretas pequeñas llenas y un diario y cuaderno de viaje vacíos.
Me pregunto: ¿cómo hacen los escritores de verdad? Los reales, digo. ¿Tienen un solo cuaderno que lo llevan consigo aunque esté muy pensado? [aquí iba 'pesado', y me di cuenta del error al corregir la entrada antes de publicarla pero.... ¿será qué es eso? Que como está muy 'pensado' me da miedo cargarlo conmigo?] ¿O es que se olvidan de eso de 'diario' y 'cuaderno de viaje' y sólo andan con pequeñas libretas que quepan en los bolsillos? ¿O es que en la libreta escriben el borrador de lo que luego escribirán en el diario? Entonces el diario no es 'genuino' sino una versión más elaborada de la libreta de anotaciones rápidas?
No tengo las respuestas y no creo que existan. Lo que sí sé es que ser escritor es algo mucho más complejo de lo que se piensa (yo ni siquiera sé qué es eso). Lo importante es que haya superficie donde soltar la idea, la palabra asida, el verso intruso (pero bienvenido). La metáfora llega rápida, ágil, incluso a veces guindando de la cuerda. Nos pide que corramos, que saltemos para alcanzarla. Pero otras veces nos pide reposo, silencio de grillos y un jardín donde podamos ser malabaristas de la memoria.

22.5.11

Minuit à Paris



Soy fan de Woody Allen desde que hace 4 años fui con Adalber al ciclo de este director en el CELARG. Soy una fanática crítica, si eso puede existir. O al menos, hago un esfuerzo. Por ejemplo, sé que Annie Hall es mejor que Match Point y que quizás es mejor el Woody Allen de hace años que el de ahora. También soy una fanática algo extraña porque prefiero Annie Hall a Manhattan. O como decirlo, Manhattan no es mi película preferida.
Un día Diego me dijo que yo parecía un personaje de una película de Woody. Luego rectificó y dijo "no, de hecho pareces al propio Woody en sus películas". Yo no sabía cómo reaccionar porque si bien soy fan, no me siento así de paranoica ni creo que haga suficientes chistes que incluyan a los judíos o a los psicoanalistas (de hecho, no los hago) como para ser comparada con él. Además, yo no salgo con mi hijastra. Es más, ¡yo no tengo hijastra! Cuando le di todas estas razones que explicaban porqué no me parecía a él, él sólo respondió "ves, a eso me refería". Insisto, Diego, yo no me parezco Woody.El caso es que como buena fanática, fui a ver Midnight in Paris o Minuit à Paris. La vi estando en París lo cual hizo de la experiencia algo aún más emocionante porque me dediqué a ver si los lugares que salían ya yo los conocía.Casi todos, sí, menos el mercado de pulgas y la casa de Monet, fue el balance.
La película me gustó. Me hizo reir y me hizo reflexionar. Creo que tiene mucho de la Rosa Púrpura del Cairo, algo que había dejado de estar en sus últimas películas. Ese juego realidad/fantasia tan propio de Woody.
A través de un buen sentido del humor - e incluso de escenas algo tontas y personajes nada profundos- hay una reflexión sobre ese vicio que tenemos los humanos de siempre anhelar las eras o las épocas que no vivimos. Siempre es mejor el pasado, o eso creemos o pensamos a veces. A través de la fantasía nos muestra lo absurdo que podemos llegar a ser y sobre todo, lo inconformes. Escondernos en un pasado que vive su tiempo, o que vivió su tiempo, nos cierra los ojos del presente que, por más caótico -y últimamente, 'showsero'- que sea, es real. Es el que vivimos.
Me divertí mucho con la manera como deja entrever detalles típicos y curiosos de los franceses. Por ejemplo, el hecho de que lleven a los perros a todos lados, incluyendo los "grandes" restaurantes... Que cosa más inexplicablefue lo que pensé la primera vez que lo vi. Después de cuatro meses, lo sigo pensando.
Si bien Woody no actúa en la película casi lo puedes ver a través de Owen Wilson. Es más, Owen Wilson es Woody La manera de hablar, de caminar, la paranoia, el miedo a todo, lo asocial. Woody logró estar en escena sin estar y a través de un actor hollywoodense nada extraordinario. O quizás por eso lo buscó. Siempre he sentido que no importa que papel haga Woody o que película sea, el único personaje que ha desarrollado a lo largo de toda su carrera cinematográfica ha sido él mismo.
No sé que fue lo mejor de la película o lo que más recordaré (es decir, lo que más me gustó), lo que sí sé es que salir y encontrarme con la misma ciudad, con las mismas aceras y con el mismo cielo sólo que sin nubes y sin lluvia, fue algo propio del mismo juego de realidad/fantasia. Sentí que salir del cine era parte de la misma película. Una extensión. Como los cortes que algunas veces colocan al final junto a los créditos.
Lo confieso: quería que apareciera la carroza y con ella, el París de los años 20.

20.5.11

Ventanas

Dibujaba ventanas.
En todas partes.
Roberto Juarroz.


Ventana

que abre la vista

al cielo dividido

en los dos abismos

que siempre

somos.



Ciérrala

Cierra con ella

la sombra de nuestras

bocas

Las palabras que nos

regalamos

no están para los otros.





Cerrar una ventana

es aún más difícil que una puerta

Es cerrar el ojo al mundo

A la luz que entra

A la brisa que nos tumba



Cerrar una ventana

a veces

es necesario

pero casi siempre

es trabajo de duendes.





¿Y por qué cerrarla?

Dejarla abierta

Que vean las letras

escritas en nuestras pieles

Que vean los años que nos

pasan

Que escuchen nuestras risas



La intimidad puede ser

también

el pestillo que olvidemos

pasar.




Siempre hay

una ventana

que guarda una flor

para el que mira.



16.5.11

Los árboles que somos


Ala la estrella el silencio
de las dos bocas
El camino nos lleva a la
respiración curvilínea
de los árboles


Cada tallo una palabra
y los haces de luz, los acentos
Hablamos los espacios que
a lo lejos,
la oveja cuenta


Tiembla la columna verde
de la Tierra.


Lésignac, el lugar donde las hadas aún existen


Cuando lo conocí me comentó que su padre tenía una casa en el campo, que sus abuelos vivían allá y que su madre había nacido allá. También me dijo que un día podríamos ir. Yo le respondí que sería muy bonito. Sin embargo, sentí que había sido uno de esos "podríamos" que se quedan eternamente en el condicional y que mi respuesta, una reacción espontánea que no se generaba necesariamente de la esperanza de que eso se cumpliera. Me había equivocado. Hay veces, como esta, en las que me fascina equivocarme.
Un lunes me dijo que podríamos ir el fin de semana siguiente. Yo le respondí que para mí estaba bien pero seguía sin creer que iríamos. El miércoles me dijo que sí, que iríamos y que conocería a sus abuelos. Yo estaba muy emocionada porque iría a la campagne française.
El viernes temprano preparé todas mis cosas. Mi vestuario eran puros vestidos. Quizás podría camuflajearme entre las flores y el bosque y no volver a la ciudad, pensé. Salimos tarde, ya la luna estaba en escena o faltaba poco para ello. A medida que nos adentrábamos en la autopista, las estrellas se veían más y más. Los molinos eran sombras que giraban, luces rojas en sus puntas para advertir a los aviones. Giraban como gira la magia. Y nosotros acelerábamos con la fuerza que puede dar el cansancio y la ilusión de llegar. La ansiedad por la llegada puede contra el insomnio y el hambre. Sin embargo, hicimos tres paradas. Sus ojos ya no resistían a la falta de sueño y a los faroles de los carros, que se presentan muchas veces como grandes enemigos del conductor.
Para llegar al pueblo pasamos por otros pueblitos. Era la 1:30 am, hora en la que sólo andan por las calles los fantasmas del día y el silencio de la piedra medieval. Me dijo que me iba a mostrar algo y seguidamente siguió conduciendo por callejuelas que cada vez se hacían más pequeñas. Al final, llegamos a un castillo. UN CASTILLO. De noche, un castillo es un lugar de luciérnagas y misterios. Sonreí y le di las gracias. Él me dijo que volveríamos al día siguiente.
Seguimos, y al girar, contorneando una Iglesia, se paró. "Esta es la casa". Yo no lo podía creer. Una real casa de campo. Abrió la cerca roja, estacionamos en frente del 'establo', o de lo que fue un establo, y entramos a este espacio de películas que hasta incluía una cabeza de jabalí guindada en la pared de la sala. Prendió la chimenea con una serie de herramientas que yo sólo había visto en cuentos o series.
Mientras él luchaba con el fuego, yo me acosté en el sofá que me daba vista al cielo negro-azul y aire de madera. A través de la ventana, había una luna sonrisa gato de Alicia y unas estrellas vivas. Me dormí. Al despertarme, recordé que había soñado que fui al lugar donde las hadas aún existen.

5.5.11

La voz de Cécile


22.03.2011
El jueves por la mañana me desperté con el deseo de escuchar música en vivo. Así que me dispuse a buscar eventos por Internet para ir en la noche. La cosa no estaba fácil. No quería ir a cualquiera sin tener referencias y tampoco quería pagar mucho. No conseguía nada. El típico problema de estos tiempos: mientras más opciones tienes, menos consigues. Paradoja. Por otra parte, ir sola no era algo que me animara en exceso.
Los amigos que no están en la distancia son pocos, así que la decisión de escribirle a alguno se toma rápido. Le escribí a Carlos. Le dije que tenía ganas de salir y que no tenía a donde. Él, a modo de respuesta (y a través de un método muy práctico - que supongo se lo han transferido los americanos luego de años viviendo en ese país-) me envió una invitación a un evento a través de Facebook. Era un concierto que daría una tal Cécile. Yo, sin pensarlo mucho, cliquée sobre "I'm attending". No había terminado de participarle a mi mundo virtual que estaría en ese lugar a esa hora cuando Carlos brincó convertido en cuadrito, contándome que la cantante era una antigua amiga del colegio. Quedamos en vernos al frente del Bar-Restaurant.
Llegué 10 minutos tarde porque hubo un "accidente con un pasajero" (esta es la manera como los franceses comunican en el metro que alguien se suicidió lanzándose a los rieles). Cuando salí de la estación del
RER - Luxembourg, no tuve que caminar sino 10 pasos para encontrarme con Carlos, quien estaba (como habíamos acordado) al frente del Petit Journal. En ese momento me acordé de Diego, quien me había recomendado ese lugar pero que yo no había podido reconocer sólo por el nombre. Cada vez me vuelvo una mujer más visual. Al llegar le comuniqué al mesonero que había hecho una reservación, a nombre de Camille. Bajamos por unas escaleras algo inestables y llegamos a una mesa prácticamente adherida a la mesa del al lado. Sobre ella -así como en todas las mesas del lugar- había un pequeño papel. Este decía Camille.
El lugar era muy pequeño aunque el adjetivo que mejor le conviene es 'compacto'. Los precios, representativos e indirectamente proporcional al tamaño de la mesa. Pero no importaba, había encontrado un lugar, que sin saberlo, me habían recomendado, estaba con un amigo y cantaría una chica muy simpática llamada Cécile. Hablamos un rato con ella antes de sentarnos definitivamente. Digo 'definitivamente' porque una vez que uno se sienta, es complicado salir.
Unos minutos después de anidarnos, llegaron nuestros vecinos de mesa, con los que compartiríamos el aire más cercano. Un hombre francés y una dama asiática. A primera vista no podía identificar si eran pareja o no. A ella la tenía a mi diagonal y a él, a mi lado.
El hombre era un señor bastante corpulento como muchos franceses luego de cierta edad (mi teoría es que el pan que comen a lo largo de toda su vida les pasa factura). Era de ojos azules, nariz prominente y tendría unos 56 años (o quizás menos pero con vida traducida en arrugas).
Ella era una mujer muy elegante y sencilla a la vez. Mi abuela diría que era 'muy derechita', como una
geisha. De cabello por los cachetes y flequillo. Hablaba muy bien francés pero con un acento muy pronunciado. Sin embargo, deseé hablar tan bien como ella. Al pasar el tiempo y la conversación tomar cuerpo, nos enteramos que ella era japonesa. Claro, esa postura, esa sonrisa sutil, esa timidez, cómo no lo vi antes? Él le ofrecía más vino (según mi registro, ella sólo se había tomado una copa) y ella con un gesto muy sútil, casi como una sonrisa tímida, le decía "no, merci, j'ai bu trop beaucoup".
En esa mesa se situaban dos culturas, dos partes del mundo. Occidente y Oriente. Ella, controlada, 'comedida'. Él, a lo romano. Ese evento se había convertido en nuestro tema de conversación. Especulábamos si estaban en una cita o si eran sólo amigos. Entre los dos escribíamos una novela miamera pero, sin permiso y sin aviso, la voz de Cécile nos salvó de nuestro ejercicio. El jazz tomó el lugar mientras yo iba por el plato principal.
Su voz joven, virgen y fresca, revivía las canciones de Duke Ellington y Ella Fitzgerald. El lugar se llenaba de los ecos del jaz mientras mi torrente sanguíneo se llanaba de vino y la boca de Carlos se
Crème Brûlée.