31.3.11

Registros londinenses IV


5

Media boca en el cigarro y la
otra mitad ahogada en licor barato
Los dedos sumergidos en los bolsillos
adivinan el saldo de la noche

No fue buena

Levanta la mirada
Ojos de piedra

Rasga el muro la seda de su falda

El cemento sostiene
los cómplices del delito

Medio cigarro y un trago
eso queda

La ciudad se despierta
vestida
con los trazos anónimos
de la noche.

28.3.11

Registros londinenses III


4

De quiénes las manos
que olvidamos
De quiénes las manos
que dejamos guindadas en
el camino
De quién la mano del guante
o el guante de la mano

De quién el trazo
la huella
el sucio que se pega




De quién este juego
de niño de 5 años

De quién esta búsqueda de formas
este lenguaje de calle
esta intervención

De quién la discontinuidad
que se crea.

26.3.11

Casa, una palabra que siempre gana lugares


El regreso tuvo ventana y un chico que no sabía si era suizo (porque ahí se crió) o escocés porque ahí nació toda su familia y él también. Creo que era un chico bastante confundido porque cuando me preguntó de dónde venía y le dije "Venezuela", me respondió "¡Ah! Allá hablan portugués, ¿no?" "No, se habla español", o al menos eso creo yo. No me molestó realmente, no tenía que saber que idioma se habla en Venezuela, yo no sabía que país estaba al lado de Escocia. Sin embargo, sí me impresionó mucho su reacción cuando le pregunté de donde era; me respondió "I don't know" y luego, como si yo hubiera mostrado interés (a lo mejor mis ojos sí) comenzó a contarme su crisis de identidad. Me he dado cuenta que en Europa hay un fuerte interés (incluso desesperación) por defender la identidad. Al menos en Francia lo hay. Si prendes la televisión, siempre puedes encontrar a algún "especialista" hablando de cómo los franceses poco a poco han perdido su identidad. Es por esto que discursos de extrema derecha que se basan en ofrecer soluciones al supuesto problema de identidad, están teniendo éxito. Pero en esta oportunidad no hablaré de política sino del sentimiento de "hogar" que sentí cuando el tren arribó a Paris du Nord.
Estaba ansiosa por llegar a "mi casa" y a "mi cuarto". Pero a medida que llegaba, el hogar dejó de ser algo físico, un cuarto o una cama, sino un sentimiento que no tiene identidad ni nacionalidad. En ese momento, sí, eran parisinos, la cama, la almohada y los brazos que me recibieron. Pero el hogar es familia, memorias, realidades a distancia.
Y si el hogar fuera el paso que sigue mi paso, la sombra que reverbera, la nube que cambia de forma, la ausencia que siempre es presente, si fuera todo y nada. Si fuera yo misma, ¿a dónde iría cuando me cansara? Pero uno no se cansa del hogar, uno busca más hogares, para terminar en el hogar del cuerpo, de uno mismo, de la concentración de todos los demás.
Miro la nube y veo el doble espejo de su luz, rayo sin dirección, el prisma de mi ojo. Él no sabe de la nube, sabe de los pétalos caídos, de las pérdidas del polen. Sabe del cauce que ha quedado seco, y sabe nadar en el mar sin corales. El mar sin corales se viste para recibir la tristeza de sus pies. Y él se lava los pies y limpia los años de pérdidas, los años de la angustia incesante del tiempo, pero el tiempo nunca para y la angustia siempre vuelve. Como vuelve la naturaleza a recordarnos que somos silencios. Que ella es la que habla y que nosotros hemos dejado de escuchar sus ecos.
Al llegar, la luz brillaba como nunca. O quizás sólo brillaba pero la escala de brillo en Londres es muy baja así que la diferencia era abismal. Cielo azul y sol. Saqué la cabeza por la ventana del carro y dije "Bonjooooooooour". Había llegado a casa.

Registros londinenses II



3

Hay un tiempo en la ausencia
un tiempo en el paso
que no diste
un tiempo en el café
que quedó frío en la taza
Hay un tiempo colgado
de la manilla de la puerta
suspendido entre dos abrigos
que olvidaste al ir de viaje




Hay un tiempo en el
parque de la infancia
otro
dibujado en las líneas
de las manos
Hay un tiempo fragmentado
por la discontinuidad
de los espacios
Hay un tiempo
sentado en el banco
de tu jardín.

24.3.11

La protesta es efímera, como la pluma



Hago una interrupción a la cronología de mis entradas para escribir sobre un acontecimiento actual. Escrito el 22 de marzo de 2011.

Cuando todos los días se caminan las mismas calles hay una relación que se crea con el pavimento, con las paredes de los edificios que bordeas.
Cuando todos los días se caminan las mismas calles hay un aire repetido, que no molesta pero que se sabe. Es por eso que cuando algo pasa, cuando algo cambia, cuando de pronto a lo que siempre está igual se le agrega un elemento (o varios elementos) uno lo puede saber antes de cruzar la esquina. Y eso fue lo que me pasó ayer mientras caminaba por el Boulevard Saint-Germain para llegar a la estación Rue du Bac, la misma que tomo todos los días para regresar a casa luego de una jornada de estudios. Antes de cruzar la esquina, ya me preguntaba qué pasaba. No tuve que esperar mucho para tener la respuesta: miles de plumas blancas cubrían las aceras. Como si hubiera nevado plumas, o como si hubieran matado a millones de gallos y gallinas (esto último no lo pensé porque no había sangre y porque no jugué suficientes videojuegos como para quedar así de "afectada").
Toda la gente que llegaba miraba el suelo con cara de sorpresa. Otros se tomaban fotos mientras sacudían las plumas con los pies (dándole así un toque playboysiano). Habían policías por todas partes pero no había sensación de caos; sólo de sorpresa. Tomé algunas fotos (es decir, era de los que les tomaban fotos a los que tomaban fotos) y luego crucé la calle para comprarle al mismo árabe de siempre 4 cambures y 2 aguacates bebés. Los vende en la acera, al lado de un kiosko y al frente de las escaleras del metro. Lo cual me queda de "pasada", y ya he comprobado que son muy buenos (ambos), más baratos y además, el hombre es agradable.
Al voltearme para bajar las escaleras vi una serie de zapatos de escalar guindando del famoso letrero de "METRO" de París. Los acompañaban una serie de panfletos sobre lo difícil que es trabajar en el mundo "ecológico" y como no les pagan bien a los biólogos ni ecologistas.
Nada de animales asesinados, ni lluvia de plumas. Eso había sido una protesta (como las muchas que hay aquí) de todos los que trabajan en pro del ambiente. Los franceses tienen un fuerte sentido del reclamo (incluso, a veces, exagerado). Pero en este caso, fue un fuerte sentido de la creatividad (me parece a mí).
Me fui pensando que los zapatos ayudarían a algún sans-abri (mendigo) y que las plumas al día siguiente ya no estarían. Las protestas son efímeras, al menos para los ojos de muchos, o al menos para los ojos que están rojos de poder.
Pensé en los estudiantes que protestan en la huelga de hambre en Caracas y como sus vidas no valen nada para el gobierno (¿valen para nosotros?). Me invadió un sentimiento de tristeza.
Hoy, al despertarme, encontré la noticia de las bocas cocidas. Me enteré al leer un comentario en Facebook de mi amiga Paola: "se cosen la boca con la valentía que otros hemos perdido". Seré honesta: si eso es valentía pues no la he tenido nunca, ni la tendré. Mi boca no la coso por ningún gobierno. Soy demasiado egoísta para dar mi vida por un país. ¿Es eso lo que ellos harán? ¿Será que ellos están dando sus vidas por un ideal o una ideología y yo no lo sé? ¿Son estos los héroes del presente? ¿Por qué lo harán? ¿Qué haremos los demás si estos jóvenes sí dan sus vidas? ¿Nos quedaremos tranquilos? ¿Qué podríamos hacer? ¿Qué hicimos cuando Brito murió? ¿Qué pudimos haber hecho? Son muchas las preguntas que me hago y que me gustaría hacerles. Son muchas las preguntas que quisiera que un periodista les hiciera. Pero en estos tiempos, en los que hay dos posiciones (en los que tiene que haber dos posiciones), en los que todo está politizado, en los que vivimos en un sistema autoritario, lastimosamente casi es un crimen cuestionar cualquier protesta en contra de Chavez.
La protesta es efímera, como la pluma. Es ligera, sí. Pero muchas plumas juntas llamaron la atención de todos los transeúntes. Muchas plumas juntas hacen almohadas y muchas almohadas llenan espacios. ¿Por qué no se unen las plumas en Venezuela? ¿Por qué todos los sectores que protestan andan "por su lado"? ¿Por qué no hacemos de lo efímero, algo perdurable?
De nuevo, lo dice alguien que escribe desde su ordenador, en una ciudad extranjera en la que las noticias de su país no son transmitidas. Como si los venezolanos (los que se cosen las bocas, los que mueren arrollados mientras manifiestan, los que mueren por semana, los que no consiguen trabajo, los que ganan premios, los que son artistas) no existiéramos y como si el único que existiera verdaderamente fuera el comandante. Pero la reflexión es mi pluma, y esa sí la lanzo. Igual de efímera, es cierto, pero la cadena de reflexiones nos puede llevar a algún lado, ¿no? Quizás soy muy ingenua creyendo en el debate y no creyendo en la flagelación del cuerpo. No lo sé pero no todos nacimos para cosernos las bocas, querida amiga.

17.3.11

Registros londinenses I


1

Deja el tallo
antes de cruzar la calle
Deja el tallo
que la carne se oxide
Deja el tallo
antes de seguir el camino
Deja el tallo
que otro lo muerda
o lo fotografíe
Deja el tallo
que sea registro
de la manzana
o
registro de tus horas de hambre.



2

Y luego del tallo
puedes dejarlo todo
la hamburguesa masticada
la bolsa de papel
el jugo artificial
sabor a algún berry
el sushi descompuesto
Deja también dicho
que no te gustan las papeleras
que para qué usar papeleras
que las bolsas tardan tanto tiempo
en descomponerse que tú estarás muerto
para ese entonces
y que en la ciudad alguien almorzará
con los restos de tu hambre.

14.3.11

Ciao, Camdem Town!


Tienes que ir a Camdem Town, es uno de mis lugares preferidos, decía la voz de Alejandro. Además, ¡hay arepas! La verdad es que la idea de la arepita no me molestaba; no soy de los que eligen eso como desayuno, almuerzo y cena (ni los que se llevan paquetes en la maleta) pero sí le reconozco su encanto y más aún cuando estás lejos de casa y lo estarás por un tiempo considerable.
Armé el kit de sobrevivencia: Crema para las manos, libreta, pluma, cámara, agenda con números. Nada de mapas (no compré), ni celulares (no servía) y tomé el tube. Esta vez la experiencia en el underground fue igual de claustrofóbica pero menos chocante. Al menos, no hubo nadie que me diera calurosas y antipáticas bienvenidas y la estación quedaba justo en la calle principal.
Cuando volví a la tierra, y vi la calle, dije ah, pero si es como un mercado del cementerio pero en Londres. Curioso, sí. El caso es que hay miles de tienditas y stands de buhoneros (como los que habían en Sabana Grande antes de que los quitaran, o como los mercados de buhoneros que inventaron luego), o dicho de una manera más sutil, de comerciantes informales. Eso sí, la oferta de productos varía: no encuentras a quien te haga una manicure o te coloque brakets en la boca pero sí hay quien te pueda hacer un tatuaje o abrirte un piercing. También puedes conseguir tintes para el cabello, sombreros con formas de animales, pelucas, botas, látigos, vestidos, carteras, zapatos, ropa para danza árabe, disfraces, souvenirs que digan "mind the gap" con el loguito del metro... Todo lo que puedas imaginar y de todas partes del mundo. Cosas muy bonitas y cosas no tan bonitas pero sí interesantes.
Creo que hay una palabra que describe al lugar: kinky. Sí, Camdem Town es kinky.
Como todo lo que te rodea cuando estás allí te invita a gastar dinero, y el capitalista que llevamos dentro siempre despierta, decidí irme antes de dejar todo mi presupuesto en ese lugar. Antes, necesitaba un café. Así que entré a un lugar llamado Terra Nera. Era muy pequeño, y las sillas y mesas estaban afuera pero como el día estaba terriblemente frío yo me quedé en el diminuto espacio techado. Atendían dos italianos. Uno, parecía un rockstar y el otro era Johnny Depp (el Johnny de la Ventana Secreta). El rockstar se fue a hacer delivery y nos quedamos Johnny y yo. - Italian, eh? - Yes, italian but in fact, I'm not just italian. I'm something more. I'm sicilian. And you? - Venezuelian. - Oh, great. I can understand spanish but I don't talk at all.
Así que nos pusimos hablar en inglés para que todo fuera más sencillo. Él había estudiado filosofía y cine en Italia y estaba en Londres porque, al parecer, si quieres llegar a algún lado - diferente a los televisores de tu familia - en el mundo cinematográfico, debes ir a Londres. El café estaba realmente bueno (aunque como lo pedí sin caramelo y sin azúcar él decía que era a boring cafe... Pero yo sé que lo decía para ser "más simpaticón"). La conversación estaba entretenida, pero yo debía seguir mi camino hacia el Tate Modern Museum. Así que me despedí. Cuando iba a media cuadra, dije: con lo feo que está el día, ¿qué importa si me tomo un café más y sigo la conversación? Así que volví. Esta vez pedí un café con caramelo, but not too much, please. Seguimos hablando hasta que el café se acabo y su cigarro murió en el frío. Me dijo que en la noche saldría con sus amigos por Camdem Town, que si quería ir con él, apareciera a las 7 pm en la tienda. Siciliano, claro. Para guardar un poco de misterio le dije "bye, maybe hasta esta noche". Yo sabía que no iría pero todo parecía una película así que seguí el guión. Ya saliendo me dijo - I'm Claudio and you? - Camila. - Oh, Camilla! Ciao, bella!
No conseguí las arepas, ni tampoco el apellido de Claudio. Así que si un día se vuelve famoso, no lo sabré. Conseguí el nuevo color de mi cabello y un lugar ecléctico, que guarda en sus muros algo que fue y que ya no es pero que lucha por sobrevivir. Sentí a Camdem Town como un fantasma. Así lo sentí, y así lo vi:






11.3.11

La toma de los zorros

Foto: Laurent Geslin.
Tomado de:


Aquella tarde, Juliana me dijo que por las noches, los zorros tomaban Londres. Que salían de sus guaridas y andaban por todos los parques buscando comida. Me dijo, también, que hacían unos ruidos muy raros y que ella los había visto en una de esas madrugadas que no duermes porque el deber académico llama al insomnio. Yo no lo podía creer, ¿zorros? ¿zorros color zorro con orejitas negras?, le preguntaba.
Yo estaba impresionada con todo el asunto. En Londres no hay perros "callejeros" sino zorros, ¡que cosa más rara! Recordé que en NYC hay muchos mapaches, y que son un real problema (de hecho, cuando estuve allá, una de las noticias del periódico local de Brooklyn era que los mapaches estaban destrozando todas las bolsas y entrando a los jardines de las casas). También está el caso de las ardillas, o las ratas. Pero... ¿Zorros? Aunque si lo pienso mejor, estamos hablando de Londres, una ciudad que encontré tremendamente misteriosa, bizarre, escondida en sus callejones...
Ya era tarde así que me fui a dormir, con las fuertes ganas de querer ver a los zorros. Quería verlos porque en parte sabía que de eso dependía mi completa credulidad al respecto. Pero sé que estaría difícil dado que mi estadía sería corta. Además, Juli me había dicho que en todo el tiempo que tiene en Londres (y con todas las madrugadas despierta) sólo los ha visto tres veces (y eso gracias a que desde su cuarto y la sala se ve un pequeño parque, ¿o una plaza?).
A las 4 am me despertó un sonido rarísimo. Me levanté rápido por la emoción de que pudieran ser los zorros. Busqué mis lentes (porque sin ellos no hay criatura real -o divina- que pueda ver -ni de noche ni de día-) y dirigí la mirada al parque (¿o a la plaza?). Ahí estaban, con su color zorro y orejitas negras de zorros: dos ejemplares. Uno era más grande que el otro pero ambos compartían los rasgos típicos de este animal. Estaban emitiendo estos sonidos mientras corrían al rededor de un carro. Uno perseguía al otro pero nunca lo alcanzaba. Presencié todo el ritual zorrístico por 10 minutos y me acosté pensando en cómo ellos se han adaptado a vivir en un ambiente completamente antinatura en el que los carros son sus juguetes y las bolsas su venganza con los humanos... Creo que a los humanos nos hacen falta más situaciones como estas para que recordemos la cohabitación que implica el Planeta, pensé. Pero estaba cansada, así que me despedí de ellos y les deseé que encontraran algo sabroso y no los restos de un fish and chips, porque a pesar de también ser "sujetos de la Reina" (es decir, de también ser ingleses), estoy segura que su paladar es más refinado (y que no practican el canibalismo, porque quien sabe si por Londres no sirven fox-fish).

Nota:
En teoría esta entrada terminaba con el punto final anterior. Pero me dispuse a buscar imágenes de zorros (porque no pude tomarles fotos) y me topé con una página web que se llama Foxolutions y cuyo slogan es "The humane approach to urban fox control" (aquí el link: http://www.foxolutions.co.uk/ ). Fox repellents, fox deterrents proofing, fouling clearance. Claro, tiene mucho sentido eliminar a los zorros simplemente porque nos rompen las bolsas de la basura que nosotros, trogloditas, producimos. Recordé la toma de los animales en el edificio de El Portero, de Reinaldo Arenas y una cita de un autor que estoy leyendo, Richard Sennett, que dice "today, order means lack of contact". No entiendo esta necesidad del hombre de depurar, limpiar, eliminar, destruir. ¿Qué habrán querido decir con "humane approach"?. Es decir, ¿que es muy humano erradicar a los zorros? o ¿que lo hacen de una manera menos "agresiva"? Algo así como un gas, o una inyección. Rápido y sin dolor. Me da miedo como humano puede ser sinónimo de insensible. Como día a día reprimimos los sentimientos porque "hay que tener control". Como últimamente, ser sentimental es algo "mal visto". Riamos, lloremos, gritemos, brinquemos, hablemos, bailemos. Los robots ya están naciendo: sean máquinas, o niños que crean con el propósito de salvar a la hermana (o hermano) que sí está vivo, así que... ¿para qué convertirnos nosotros en uno?

8.3.11

Welcome to London, man


Me desperté muy temprano, algo que ha dejado de ser habitual en mi vida. Tomé el café -que ya no es un hábito sino una necesidad-, alisté las cosas que todo viajero debe tener: un libro, pasaporte, boleto, cartera, maleta, chicle.... y esperé a que me buscara.
París a las 6 am está completamente dormida. Las calles son grandes señores silenciosos y los semáforos, sonámbulos que siguen su rutina. Llegamos a la estación París du Nord. Me despedí con las pestañas pegadas y emprendí mi camino a la entrada de lo que sería mi primer viaje en tren. Hice la cola de "control de salidas" y cuando fue mi turno, una inglesa me preguntó el motivo de mi viaje a Londres. Le dije que iría de vacaciones, que volvería el domingo y que era estudiante de Sciences Po (le di tanta información como me fue solicitada). Me dijo "OK" y prosiguió a sellar mi pasaporte y a decir (al mismo tiempo que hacía esto último): "NEEEXT".
Ya en el andén, tuve que caminar un largo trayecto porque mi vagón era el segundo y la escalera mecánica me había dejado por el último. Lo conseguí, subí y busqué mi asiento: número 36, ventana. Así lo había pedido con la esperanza de que en algún momento, algo vería. Luego de un rato buscándolo, y gracias a la ayuda de un trabajador del tren (creo que me hacía falta un café más para despertar), mi puesto apareció y traía con sí a un monsieur muy apoltronado. Le dije "bonjour". La respuesta se limitó a una mirada y silencio. Me senté algo disgustada porque además de quitarme mi puesto, ni los buenos días me daba y, sin darme cuenta, le pise parte de su traje de persona "elegante e importante" (que por cierto, ocupaba el que ahora era mi puesto). "Excuse moi", le dije. Respondió "il n'y a pas de problème". Claro, él sabía que me había quitado mi puesto, no podía ponerse con cómicas, pensé.
Por un momento me tentó la idea de pedirle mi ventana pero el sueño pudo más así que sucumbí. El sueño iba y venía, a ritmo de los trenes de otrora. Al despertarme, la chica que estaba sentada a mi lado, pero separada por el pasillo, ya había desplegado su kit de maquillaje. La miré por un largo rato: se peinó, se colocó los zapatos, los zarcillos, se maquillo los ojos, se delineó la boca, se soltó unos moñitos que tenía en el cabello, se alisó las pestañas... Me daba curiosidad saber con quien se encontraría. Con su novio o un amante, tal vez, pensé. Su proceso de preparación duró 20 minutos (parecía que era algo que ya había hecho muchas veces) y justo cuando el cierre de su bolso llegaba a la otra orilla, una voz amicrofonada decía (primero en inglés luego en francés) que habíamos llegado a King's Cross St. Pancras station.
Al salir, me esperaba mi amigo Alejandro. La gracia eterna de los amigos. Me dijo para comprarme la tarjeta del metro (del tube, perdón) de una vez, así que hicimos una larga cola, que se hizo corta gracias a nuestra emotiva conversación. Cuando fue nuestro turno, Ale le dijo al señor de la caja, que yo estaría por 5 días y que quisiéramos saber que era mejor si comprar un ticket ilimitado cada día o una oyster card. El hombre, muy amargado, nos dijo que por nuestra culpa tendríamos que hacer esperar más a la gente porque tenía que tomarse más tiempo para explicarnos. Yo no entendía mucho porque precisamente para eso hicimos la cola (de lo contrario hubiéramos usado la máquina dispensadora de tickets y prescindido del hombre). Nos dijo que una oyster card por 5 días eran 30 pounds. Alejandro, sorprendido por el precio dijo: "wow, it's very expensive". Y él hombre respondió (con tono de nigga, acento británico y dejando ver su diente brillante) "hey man, weeeelcome to London, where EVERYTHING is expensive".
Pagué mis 30 pounds, suspiré por la "bienvenida" y bajamos al centro de la tierra, al underground, a la ciudad paralela. Allí, nos convertimos en topos.